29/5/12

La familia Isaacson nos enseñan a hacer realidad nuestros sueños

La familia Isaacson  Betsy  Ghoste  Rowan y una amuga
Cuando leí el artículo El niño de los caballos (no recuerdo dónde), me recordó una preciosa película El hombre que susurraba a los caballos, lo inesperado fue que la historia era real.

Convergían tres elementos fundamentales para mí: la enfermedad de un niño, la tenacidad de sus padres por curarle o mejorar su calidad de vida y la presencia del caballo, un animal bello y entrañable, como medio para conseguir su objetivo.

El niño al que me refiero se llama Rowan y es autista, sus padres Rupert (periodista y escritor) y Kristin Isaacson y la yegua Betsy.

Esta historia empezó en el año 2004, cuando a Rowan que tenía dos años y medio le diagnosticaron autismo. El impacto emocional de Rupert y Kristin fue tremendo, probaron todas las terapias que existían pero ninguna funcionó. Y gracias a Internet obtuvo la respuesta. En junio del año 2009 E. Bouisset realizó este reportaje en el que Rupert relataba toda la historia:

Crecí entre Londres y los caballos, y me dedicaba a entrenar caballos para el salto y concurso completo. Pero cuando le diagnosticaron autismo a Rowan, pensé que sería peligroso que estuviera entre caballos, porque gritaría, correría y yo no le podría controlar. Así que le alejé de los caballos y yo mismo dejé de montar. Uno de mis sueños era montar con mi hijo. Por lo que pensé que debí decir adiós a este sueño.

Sin embargo, también me di cuenta de que cuando estaba en la naturaleza los problemas de hipersensibilidad de Rowan disminuían, por lo que pasábamos mucho tiempo paseando por el bosque de detrás de casa. 

Un día, Rowan decidió tomar otro camino del que hacíamos habitualmente y antes de que pudiera atraparle, entró en la propiedad de mi vecino donde cinco caballos estaban pasando junto a la valla. Se metió entre ellos, se tumbó y empezó a balbucearles…La jefa de la manada, ‘Betsy’, a quien yo conocía ya, se acercó a él e hizo el gesto conocido de sumisión en doma natural (bajar la cabeza y resoplar) de forma espontánea frente a Rowan. ¡Nunca había visto a un caballo realizar este gesto de forma espontánea! Entonces vi claramente que existía una conexión directa entre ambos. Pero pensé: "Esto es una tragedia, tiene la misma afinidad con los caballos que tengo yo, pero nunca podremos compartirla por culpa del autismo". Y me puse a llorar. 

Ese año también pasó algo más tenía que llevar una delegación de bosquimanos a Estados Unidos para protestar ante las Naciones unidas por unas expropiaciones ilegales de sus tierras. Esta gente africana tenía una gran tradición de sanación a través del trance, y aunque para una mente occidental esto pueda parecer raro, cuando estás en sitios así durante años y ves a gente enfermar y sanar mediante este tipo de chamanismo terminas por acostumbrarte. 

Algunos de los bosquimanos que vinieron conmigo eran maestros de sanadores en su cultura y se ofrecieron a realizar cierto trabajo con Rowan. Tuvo una reacción muy positiva al tratamiento y empezó a perder algunos de sus comportamientos obsesivos durante unos días. Pero en cuanto los bosquimanos se fueron, el efecto positivo desapareció. 

Rowan volvió a encerrarse en su autismo y no hablaba, cierto, pero, eso sí, quería volver a trabajar con los caballos. Montamos juntos (yo iba detrás) y casi instantáneamente su habla empezó a fluir. Era evidente que las reacciones más increíbles de Rowan habían ocurrido a caballo o junto a los sanadores bosquimanos…Entonces; ¿Por qué no ir a un lugar en el que se combinaran ambas cosas, un lugar en el que los caballos y la sanación fueran de la mano? ¿Existía, acaso, un lugar así? Empecé a navegar por internet para buscar información y lo encontré Mongolia.

La preparación del viaje duró algo más de dos años. Rowan era demasiado joven para emprender tamaña aventura, Rupert tuvo que convencer a Kristin que no estaba muy animada con la idea y necesitaban encontrar financiación. La financiación la obtuvo con los adelantos de los derechos editoriales del libro The Horse Boy (El niño de los caballos) que escribiría Rupert acerca de su experiencia. Mientras tanto Rowan y Rupert siguieron montando, esta vez juntos, a lomos de Betsy:

Descubrí que yendo más rápido lograba que hablara más. Incluso saltábamos. Tomé muchos riesgos. Montábamos durante largos periodos tres horas o más. Llevaba unas alforjas con pañales y ropa de recambio, porque la primera vez que defecó encima de la silla pensé: Vale, anota, debes llevar pañales. Y también llevaba juguetes, para que pudiera bajar del caballo y jugar. Hice todo lo que parecía funcionar. Incluso saltar cercados. Rowan no se asustaba, él me pedía que lo hiciera…Eso es lo que yo buscaba, que tuviera que escoger. Tenía que decirme a dónde quería ir, a qué velocidad, si teníamos que trotar un trote corte o largo…Le hacía tomar decisiones para que hablara. Además al montar le sujetaba con un tipos de presión que les gusta a los niños autistas…Es un abrazo, de hecho…. Así, íbamos de aquí para allá. Usábamos el ritmo del caballo para cantar o incluso le contaba los cuentos que más le gustan. 

Realmente yo no sabía nada acerca de las terapias del caballo…Lo único que sabía es que podía montar a caballo con mi hijo y esto funcionaba. Tenía que confiar realmente en Betsy en muchos aspectos. Tenía que apartarme en cierto modo y observar la interacción entre ella y Rowan y ser más bien un facilitador que un jinete. Mis conocimientos de los caballos y mi comprensión de su compleja forma de pensar creció muchísimo durante estos dos años”

Llegó el verano de 2007, Rowan, Rupert y Kristin junto con un equipo de filmación que rodaría un documental de la experiencia titulado “Over The Hills and Far Away” (Sobre las colinas y más allá) partieron hacia Mongolia.

Llevaban dieciséis caballos y una furgoneta. Los caballos habían sido seleccionados para que los nativos, conociendo la situación de Rowan, le aconsejaran un caballo u otro. Iban a ser largas jornadas de ocho o nueve horas montando, por tanto la comodidad y la confianza en la montura eran muy importantes. Esperanzados y recelosos también, comenzaron el viaje.

Hasta entonces, Rowan seguía siendo incontinente, tenía berrinches constantes y era incapaz de hacer amigos. Pero en la primera ceremonia, a la que acudieron nueve chamanes de toda Mongolia para sanarle, Rowan se volvió hacia un chaval mongol, abrió sus brazos y dijo: “hermano Mongol”, y le abrazó. “Nunca antes le habíamos visto hacer algo así”, relata Rupert.

Ese chaval era Tomoo, el hijo de Tulga, su guía. Decidieron que realizara con ellos el resto de la travesía. Y así, en Mongolia, Rowan hizo su primer amigo.

La parte final del viaje fue en Siberia: “Fuimos a Siberia porque en sus montañas vive la tribu de los Duka, la gente de los renos. Fuimos a visitar a estas gentes porque sus chamanes tienen la reputación de ser los más efectivos. Así que ascendimos hasta 3.000 metros de altitud, donde ellos pasan el verano. Estas tribus son nómadas, por lo que debes tener suerte para dar con ellos y, en caso de encontrarlos, el chamán tiene que aceptar tratarte, porque no siempre lo hacen…Así que había un montón de preocupaciones…"

El chamán de la gente de los renos era un hombre llamado Ghoste. Trabajó con Rowan durante tres días. Al término de estos tres días, anunció a los Isaacson que su hijo sería gradualmente menos autista hasta cumplir los nueve años y que a partir de ese momento, su incontinencia y sus pataletas cesarían:

Yo me mostré bastante escéptico, aunque esperanzado. Bajamos de la montaña y Rowan estaba realmente tranquilo. Se produjeron muchas situaciones propicias para que empezara a patalear- situaciones en las que normalmente habría tenido un berrinche-, pero no lo hizo. La noche siguiente, en la orilla del río que había junto a nuestro campamento, Rowan se puso en cuclillas y por primera vez defecó de forma voluntaria. Y se limpió él sólo. Esto fue…bueno, en términos ecuestres sería como ganar los juegos olímpicos…fue extraordinario para nosotros. En el año 2009 Rowan, es un niño diferente. Sigue siendo autista, pero tiene amigos en su barrio y muchas de las disfunciones que acompañaban a su autismo han desaparecido. Y todo se lo debemos a este caballo, a Betsy.

Los Isaacson dirigen desde entonces un pequeño centro de terapias ecuestres (The Horse Boy Foundation, en Texas, EEUU) especializado en tratar a niños con autismo. Sus instalaciones, están pensadas para que los pequeños puedan moverse por todo el recinto sin peligro. Además, no se rigen por unas estructuras fijas. Como reza su lema “We don´t know what we´re doing, and we have no program” (No sabemos lo que hacemos y no tenemos ningún programa). Y es que su objetivo es adaptarse a las necesidades de cada niño, sin límites y aprender cada día:

A mí no me importa si el niño monta durante cinco minutos o durante media hora, no me importa si monta una vez o cuatro…Hacemos cosas muy distintas…Salimos…Le permitimos al niño que vaya y venga, que juegue, que vuelva. Se trata de rebajar al máximo su nivel de estrés. Si hay menos estrés, el caballo también está más relajado y nosotros también. Además, en nuestro centro los padres no tienen por qué preocuparse por si sus hijos gritan o cómo se comportan. 

Les animamos a montar juntos porque un niño puede no querer montar conmigo porque no me conoce, pero le encantaría montar con papá o mamá, y podemos ocuparnos de que lo haga de forma segura. También animamos a los padres a que vengan con sus terapeutas. Así pueden probar sus terapias en nuestro centro, ya sea montando o en el campo, bajo un árbol, con las cabras, en un trampolín…les proporcionamos un entorno y el caballo. Y lo hacemos seguro para ellos. Estos niños necesitan nuestra ayuda. Si integramos un poco más todas estas disciplinas haremos más felices tanto a los caballos como a nosotros mismos. Ponerse al servicio de los demás es bueno...¡y, encima, seguro que nos divertimos”

Rupert ha conocido el lado elitista, arrogante y snob que envuelve el mundo del caballo y que ahora lo denomina el "lado oscuro". Este mundo también conlleva ternura, alegría y generosidad como está demostrando Rupert.

Actualmente Rowan va al cine, al colegio, le encantan los videojuegos y aprende cada vez más dada su curiosidad y capacidad de observación. Gracias a sus padres es un niño feliz.

Enhorabuena Rupert y Kristin por vuestra labor.

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