Hace tiempo que tenía prevista esta entrada, desde que vi el primer cuadro de Isabel Guerra y me fascinó. Cuando supe que su hogar era el Monasterio de Santa Lucía aquí en Zaragoza, mi interés por su vida se acrecentó así como mi admiración por haber podido compaginar sus dos vocaciones: la vida monástica y la pintura.
Nació en Madrid el 30 de abril de 1947 en el seno del matrimonio formado por Joaquín Guerra y Lucía Peñamaría, una familia culta que la iniciaron en su vocación pictórica cuando cumplió los doce años:
“Desde entonces no hice nada más que pintar, lo dejé todo: me dediqué a estudiar y vivir la pintura en toda su plenitud”.
“Mi familia era acomodada, disfruté de un ambiente muy agradable para desarrollar cualquier estudio. Todo empezó por cumpleaños, me regalaron una caja de óleos y sentí una emoción inexplicable: abrí el balcón, vi aquel paisaje, el mismo de los retratos de Velázquez, y sobre la tapa de una caja de puros copié del natural. Pero yo era una niña rebelde que rechazaba a los maestros: quería hacerme mi propia escuela y estudio. No sé si para bien o para mal, pero así fue y el resultado ahí está, que otros lo juzguen. No estoy arrepentida, no me ha ido mal.
"Pensé que lo importante era aprender a ver y que eso lo tenía en los grandes maestros y en los museos. Me pasaba larguísimas horas en el Prado, en cuanta exposición se convocaba, estudiando los libros de arte, que siempre han sido mi obsesión. Pero lo más importante para crear tu propio mundo es trabajar incesantemente”.
Expuso por primera vez con 15 años gracias a ciertas amistades de sus padres relacionadas con el mundo del arte.
La reacción de su familia ante su vocación religiosa fue dolorosa:
“Terrible, sobre todo por parte de mi madre. Lógico, yo era hija única, y ellos vivían absolutamente centrados en mí. Habían estado 10 años de matrimonio deseando tener un hijo, sin conseguirlo: fui una niña muy deseada. La separación se les hacía terrible, pero fueron evolucionando en su manera de verlo y, al final de su vida, estaban absolutamente encantados: ‘Estamos felices, está donde mejor podía estar’, decían. Luego tuve la gran suerte de poder asistirles en sus enfermedades hasta la muerte”.
“Sentí la vocación religiosa a los 12 años. Pero a esa edad no puedes encontrar el lugar donde desarrollar tu vocación. Tuve que esperar hasta los 23 para realizar esa llamada, hasta encontrar este monasterio”.
Cómo armoniza las dos vocaciones:
“Al entrar en el monasterio, pensé que probablemente la pintura sufriera, incluso que tuviera que desaparecer de mi vida. Pero el mismo día que ingresé, mis superioras me dijeron que aquí podría seguir pintando exactamente igual: era una práctica que se adaptaba perfectamente al monasterio. San Benito, autor de la regla benedictina Ora et labora, que también profesamos los cistercienses, dedica un capítulo de su obra a los artistas del monasterio”.
“La liturgia de alabanza es nuestra obligación primera. Eso lleva en nuestra jornada muchas horas. Desde las 5 de la mañana -que es cuando nos levantamos- hasta las 9,15, entre maitines, laudes y Santa Misa. Y sobre las 9,30 comienza nuestra jornada de trabajo. Mientras ellas trabajan en nuestros talleres de restauración de documentos o en la encuadernación de libros, yo pinto”.
“No sé si pintar me hace feliz o no me hace feliz. Lo que sí sé es que es mi vida. Es mi vida en cuanto a mi vocación profesional se refiere. Porque también mi consagración monástica es mi vida. Todo ello es una unidad”.
Su inspiración y la importancia de la Luz:
“El monasterio es un lugar riquísimo para la inspiración. Nuestro modo de vida se orienta a la búsqueda de la belleza; para nosotras la estética no es solamente escenográfica, sino vital: buscamos la paz y la serenidad, un clima de silencio y admiración hacia el creador”.
“A través de la luz se expresan muchas cosas, pero a través de un rostro joven, lozano, lleno de ilusiones ante la vida, se puede transmitir frescura, esperanza, toda una seriede valores positivos de los que está tan carente el mundo de hoy. Siempre estamos oyendo a gente desalentada, que no espera nada, que ya no cree en nada. Que piensa que la vida es como es: una vida sin arreglo. Para pasarla o siempre sufriendo o lo más light posible”.
“La luz es algo que nos rodea permanentemente. Algo que nos mueve desde dentro y que nos hace ver lo que es la verdadera realidad. No cabe duda de que de alguna manera nos tenemos que expresar los pintores, y la luz que recibimos de nuestro sol no deja de ser una chispita de la Luz con mayúscula. Nos está envolviendo todos los días, nos está ayudando a vivir. Pero también nos habla -en tantos momentos- de una presencia que ilumina. Descubro en lo más cotidiano de nuestro alrededor una belleza increíble. En formas, en colores, en luz. Una belleza que nos da pistas para encontrar dentro de nosotros esa misma luz, pero mucho más real. Si aprendemos a descubrir esa Luz, entenderemos mejor la vida. Una vida que nos va a proporcionar momentos muy dichosos, aunque sea en el dolor”.
Su concepto del arte:
“Si pensamos que el arte es algo que está más allá, que no es sólo una materia o un cúmulo de técnicas, entonces ese 'algo' está hecho de alma y de vida interior”.
“El arte más que una técnica es un 'algo' que se tiene o que no se tiene. La técnica puede ayudar muchísimo en su dignidad estética, pero lo más importante es que el arte posea ese 'algo' que te habla de una situación concreta del alma, del espíritu. Que te lleva a descubrir pistas, a interiorizar en tu propia existencia, para encontrar esos caminos y senderos -cada uno a su manera- que nos llevan a descubrir esa Luz y ese Amor que a lo mejor estás admirando en un cuadro”.
Su visión del mundo actual:
“Este mundo convulso y violento que vivimos creo que no puede gustarle a nadie. Intento luchar dando pistas de todo lo contrario: luz y esperanza. Hay otros que luchan con el testimonio, utilizando el arte como un espejo de la violencia. Yo intento transmitir una fórmula que evite que la violencia se apodere de nosotros”.
“Yo me baso en lo real, no invento mis imágenes, pero llamo la atención sobre la paz y la luz, que sí está entre nosotros. Intento demostrar que no está todo perdido, que la situación no es irreversible, que no estamos en el camino a la distorsión absoluta de la Humanidad. No, es posible encontrar caminos de belleza. Esto es lo que intento decir, y hay quien lo recoge".
“Lo que hago también puede ser una denuncia contra la violencia. Introducir una imagen de belleza y de paz es un choque tremendo. Me he enterado que grupos pacifistas en Estados Unidos emplean para sus manifestaciones imágenes de mis cuadros, como forma de protesta. ¿Sorprendente?”.
“Tengo una especie de sano escepticismo. Quizá lo que más pena me da es ese intento de hacer cultura de lo feo, cultivar lo distorsionado”.
“Mis lienzos buscan ser carta abierta a los hombres y mujeres de este tiempo, cuyas tumultuosas aguas forman imponente cascada que cae sobre el cauce estremecido del tercer milenio... ¡Ojalá pudieran ser carta dictada por el Sol que nace de lo alto! Una carta claramente iluminada por la Luz”.
“La pintura es sobre todo comunicar. Yo pretendo comunicar con todo el que tenga la amabilidad de pararse delante de uno de mis lienzos y lo mire con el corazón abierto y con la mente abierta. Porque hay muchas formas de mirar. Cuando se miran las cosas con prejuicio nunca dicen nada”.
Nadie mejor que ella para concluir esta entrada: “Debemos aprender a encontrar las cosas como nuevas cada día, para que no nos aburra la vida, si no que nos lleve siempre al descubrimiento de la belleza que nos rodea y nos anima desde dentro”.
Espero que disfrutéis con sus cuadros tanto como yo.
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