Estamos en otoño y he pensado que la mejor manera de celebrarlo es con un libro.
Los que seguís mi blog sabéis que
Gustavo Adolfo Bécquer es otro de mis autores clásicos preferidos y esta vez he elegido su leyenda
Las hojas secas que os resumo y de la que os dejo parte de las frases del diálogo que entablan dos de ellas.
La leyenda
narra la historia de un señor sentado al borde de un camino
en una tarde de otoño. Abstraído en sus pensamientos y sin poder explicar cómo,
oyó hablar a dos hojas:
– ¿De dónde vienes, hermana?
– Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube de polvo y de las hojas secas nuestras compañeras, a lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú?
– Yo he seguido algún tiempo la corriente del río, hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla.
– ¿Y adónde vas?
– No lo sé: ¿lo sabe acaso el viento que me empuja?
– ¡Ay! ¿Quién diría que habíamos de acabar amarillas y secas arrastrándonos por la tierra, nosotras que vivimos vestidas de color y de luz meciéndonos en el aire?
– ¿Te acuerdas de los hermosos días en que brotamos; de aquella apacible mañana en que, roto el hinchado botón que nos servía de cuna, nos desplegamos al templado beso del sol como un abanico de esmeraldas?
– ¡Oh! ¡Qué hermoso era ver correr el agua del río que lamía las retorcidas raíces del añoso tronco que nos sustentaba, aquel agua limpia y transparente que copiaba como un espejo el azul del cielo, de modo que creíamos vivir suspendidas entre dos abismos azules!
– ¡Cómo cantábamos juntas imitando el rumor de la brisa y siguiendo el ritmo de las ondas!
– En las noches de luna, cuando su plateada luz resbalaba sobre la cima de los montes, ¿te acuerdas cómo charlábamos en voz baja entre las diáfanas sombras?
– Una hermosa tarde en que todo parecía sonreír a nuestro alrededor, en que el sol poniente encendía el ocaso y arrebolaba las nubes, y de la tierra ligeramente húmeda se levantaban efluvios de vida y perfumes de flores, dos amantes se detuvieron a la orilla del agua y al pie del tronco que nos sostenía.
– ¡Nunca se borrará ese recuerdo de mi memoria. Ella era joven, casi una niña, hermosa y pálida. Él le decía con ternura: -¿Por qué lloras? -Perdona este involuntario sentimiento de egoísmo -le respondió ella enjugándose una lágrima-; lloro por mí. Lloro la vida que me huye: cuando el cielo se corona de rayos de luz, y la tierra se viste de verdura y de flores, y el viento trae perfumes y cantos de pájaros y armonías distantes, y se ama y se siente una amada, ¡la vida es buena! -¿Y por qué no has de vivir? -insistió él estrechándole las manos conmovido. -Porque es imposible. Cuando caigan secas esas hojas que murmuran armoniosas sobre nuestras cabezas, yo moriré también, y el viento llevará algún día su polvo y el mío ¿quién sabe adónde?
– Yo lo oí y tú lo oíste, y nos estremecimos y callamos. ¡Debíamos secarnos! ¡Debíamos morir y girar arrastradas por los remolinos del viento! Mudas y llenas de terror permanecíamos aún cuando llegó la noche. ¡Oh! ¡Qué noche tan horrible!
– ¡Oh! ¡Y cómo nos estremecíamos encogidas al helado contacto de las escarchas de la noche!
– Perdimos la suavidad y la forma, y lo que antes al tocarnos era como rumor de besos, como murmullo de palabras de enamorados, luego se convirtió en áspero ruido, seco, desagradable y triste.
– ¡Y al fin volamos desprendidas!
– Hollada bajo el pie del indiferente pasajero, sin cesar arrastrada de un punto a otro entre el polvo y el fango, me he juzgado dichosa cuando podía reposar un instante en el profundo surco de un camino.
– Yo he dado vueltas sin cesar, arrastrada por la turbia corriente, y en mi larga peregrinación vi, solo, enlutado y sombrío, contemplando con una mirada distraída las aguas que pasaban y las hojas secas que marcaban su movimiento, a uno de los dos amantes cuyas palabras nos hicieron presentir la muerte.
– ¡Ella también se desprendió de la vida y acaso dormirá en una fosa reciente, sobre la que yo me detuve un momento!
– ¡Ay! Ella duerme y reposa al fin; pero nosotras, ¿cuándo acabaremos este largo viaje?...
– ¡Nunca!... Ya el viento que nos dejó reposar un punto vuelve a soplar, y ya me siento estremecida para levantarme de la tierra y seguir con él. ¡Adiós, hermana!
– ¡Adiós!...
¿Os sucederá como a mí que evito pisar estas hojas caídas cuando avanza el otoño?
Si os interesan
Las Leyendas os recomiendo la edición realizada por nuestro prestigioso catedrático en la Universidad de Zaragoza y el mejor especialista en la familia Bécquer,
Jesús Rubio Jiménez de quien os hablé en una de mis entradas.
Os dejo un vídeo con la preciosa canción Les Feuilles Mortes cantada por
Yves Montand. Espero que os guste y que no os entristezca, pretendo que sintáis todo lo contrario.
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